Mandala es una palabra que en sánscrito significa círculo, aunque eso es una definición muy básica y que describe de manera sumamente pobre lo que es un mandala. Ese “circulo” es una representación simbólica de la unión del individuo con el infinito, es decir, con el universo y también representa la integridad, la totalidad. Un mandala se puede empezar a construir desde el centro, que representa el individuo, hacia fuera, el infinito. Pero también es posible hacerlo al revés, de fuera hacia adentro, desde el todo, lo abstracto, hasta lo particular. A través del tiempo, los mandalas se han usado para meditar, como técnica para aliviar el estrés, como forma de curación y también como herramienta para el seguimiento de la evolución de ciertos trastornos psicológicos. Todas esas aplicaciones son válidas, pero también es válido colorearlos por placer. Colorear mandalas mejora la concentración y la atención, a la vez que ayuda a desconectar durante un tiempo de todo lo que nos preocupa. Solamente hay que tener en cuenta unas cuantas indicaciones a la hora de colorearlos.
Antes de empezar es importante observar el mandala atentamente, estudiar su simetría y sus formas. Así podremos hacernos un esquema mental de lo que significa para nosotros y de las emociones que queremos expresar al colorearlo. No hay una forma correcta de colorear un mandala, siempre que respetemos orden y simetría. Para unos predominará el dibujo de los círculos que se abren desde el centro, para otros el de los radios, mientras que otros combinarán ambos elementos. En cualquier caso, es importante que antes de empezar identifiquemos esa simetría y nos ajustemos a ella, que establezcamos una relación entre nosotros y el mandala que vamos a colorear, que éste sea, en definitiva, una parte y una proyección de nuestro yo, aquí y ahora.
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